martes, 2 de octubre de 2012

Según un estudio, los programas de ejercicio para los niños tienen poco impacto: MedlinePlus

Según un estudio, los programas de ejercicio para los niños tienen poco impacto: MedlinePlus

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Según un estudio, los programas de ejercicio para los niños tienen poco impacto

Pero otros expertos no están de acuerdo, y enfatizan que se necesita más actividad, no menos
Dirección de esta página: http://www.nlm.nih.gov/medlineplus/spanish/news/fullstory_129762.html (*estas noticias no estarán disponibles después del 12/27/2012)
Traducido del inglés: viernes, 28 de septiembre, 2012 HealthDay Logo
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JUEVES, 27 de septiembre (HealthDay News) -- Los programas formales de ejercicio físico para los niños solo tienen un impacto reducido sobre la actividad general, y por tanto en la pérdida de peso, reportan investigadores británicos.
Su estudio planeta preguntas sobre las mejores formas de ayudar a los niños a lograr o mantener un peso sano.
"Las intervenciones de actividad física no aumentan la actividad física lo suficiente como para influir sobre la masa corporal ni la grasa corporal de los niños", apuntó el investigador líder Brad Metcalf, del departamento de endocrinología y metabolismo del Colegio de Medicina y Odontología Península en Plymouth, Inglaterra. "A todo el mundo le interesa hallar algo que funcione con efectividad", añadió.
Pero otros expertos dijeron que en lugar de descartar las intervenciones organizadas como inefectivas, los creadores de políticas deben concluir que se necesita aún más para controlar la obesidad infantil. En Estados Unidos, alrededor del 17 por ciento de los niños a partir de los dos años de edad son obesos.
"No estoy de acuerdo con que este estudio ponga en duda la importancia de la actividad física para el control de la obesidad infantil o de la promoción de la salud", afirmó el Dr. David Katz, director del Centro de Investigación en Prevención de la Universidad de Yale en New Haven, Connecticut.
Al contrario, "tenemos causas para preguntarnos si hacemos lo suficiente para lograr que la actividad rutinaria sea la norma cultural, de forma que esos programas puedan lograr efectos más grandes", apuntó Katz. "No importa qué tan buena sea, una intervención solo puede lograr cosas limitadas a menos que se sea respaldada por la cultura".
Katz también criticó el estudio por no incluir datos de las muchas investigaciones que muestran que el ejercicio tiene un beneficio significativo.
Para el estudio, que aparece en la edición en línea del 27 de septiembre de la revista BMJ, los investigadores analizaron 30 estudios llevados a cabo entre 1990 y 2012 con niños menores de 16 años.
Este tipo de estudio, conocido como metaanálisis, se usa para hallar hilos comunes en múltiples estudios. Los problemas con este tipo de análisis pueden surgir de las debilidades de cualquiera de los estudios incluidos y de la dificultad de combinar datos dispares.
A diferencia de otros estudios sobre la actividad de los niños, estos estudios midieron el movimiento real durante las horas de vigilia de los niños usando acelerómetros, y no dependieron de cuestionarios.
Ocho de los 30 estudios solo incluyeron a niños con sobrepeso u obesos. Uno estudio de EE. UU. dio seguimiento a más de 700 niños con una edad promedio de once años que participaban en 90 minutos de actividad física después de la escuela tres veces por semana. En otro participaron más de 250 niños escoceses de guardería que hacían 30 minutos de actividad física tres veces por semana.
En general, los investigadores dijeron que los programas lograron aumentos "entre pequeños e insignificantes" en la actividad total de los niños, con pequeñas mejoras en el tiempo que pasaban en actividades de moderadas a vigorosas, o sea alrededor de cuatro minutos caminando o corriendo al día.
Esto solo podría tener un efecto mínimo sobre el peso, concluyeron.
"Otros han mostrado que cuatro minutos adicionales de caminar o correr solo se asocian con una diferencia de 2 milímetros en la circunferencia de la cintura", apuntó Metcalf. Aunque las sesiones añadidas de actividad podrían ofrecer otros beneficios, entre ellos una mejor coordinación, una mejor capacidad deportiva, la participación en equipo y un disfrute genuino, no "tendrán un impacto significativo en la prevención de la obesidad", comentó.
Quizás estos programas no funcionen porque podrían reemplazar actividades físicas extenuantes después de la escuela que ocurren al aire libre y que duran más tiempo, apuntaron los investigadores. Anotaron que también es posible que tras estas sesiones, los niños coman más.
Mark Hamer, del departamento de epidemiología y salud pública del Colegio Universitario de Londres y coautor de un editorial acompañante en la revista, dijo que el estudio tiene limitaciones pero que "provee la mejor evidencia hasta la fecha sobre la efectividad de las intervenciones de actividad física en la niñez".
Se necesitan mejores métodos para aumentar la actividad física de los niños, apuntó Hamer. Quizás los cambios físicos en el ambiente bajo techo y al aire libre puedan facilitar la actividad, sugirió.
Hamer y otros aseguran que una amplia evidencia respalda la asociación entre un estilo de vida activo y una mejor salud.
Samantha Heller, fisióloga del ejercicio y coordinadora de nutrición clínica del Centro de Atención del Cáncer del Hospital Griffin en Derby, Connecticut, apuntó que los programas que buscan aumentar los niveles de actividad física de los niños tal vez no influyan sobre la conducta sedentaria en casa o una vez los programas hayan concluido.
Además, "muchas intervenciones no incluyen un componente nutricional, que podría tener un impacto en las opciones alimentarias, la nutrición en general o la ingesta calórica", planteó.
Los ambientes escolares deben cambiar para que los niños tengan un día más activo, aconsejó Heller. "Debemos seguir desarrollando programas, ambientes y clases que animen y eduquen a niños y adolescentes sobre la importancia del ejercicio y la actividad física de formas que sean significativas y divertidas para ellos", añadió.

Artículo por HealthDay, traducido por Hispanicare
FUENTES: Brad Metcalf, statistician and researcher, department of endocrinology and metabolism, Peninsula College of Medicine and Dentistry, Plymouth, England; Mark Hamer, Ph.D., department of epidemiology and public health, University College London, England; Samantha Heller, M.S., R.D., exercise physiologist, clinical nutrition coordinator, Center for Cancer Care, Griffin Hospital, Derby, Conn.; David Katz, M.D., M.P.H., director, Yale University Prevention Research Center, New Haven, Conn.; Sept. 27, 2012, BMJ, online
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