jueves, 17 de marzo de 2011

Humanidades medicas - Dr Alfredo Rosado Bartolome - Fernando Savater teoria y medicina - JANO.es - ELSEVIER

Fernando Savater: teoría y medicina
Dr. Alfredo Rosado Bartolomé
Médico de Familia. Madrid.
17 Marzo 2011
JANO.es






Los medios de comunicación pueden servir como soporte para consideraciones que alcanzan gran influencia en el modo de pensar de los ciudadanos. Si estas opiniones proceden de un personaje conocido pueden llegar a ser muy valoradas, al margen de su exactitud. Hemos querido conocer las ideas relacionadas con la salud, la enfermedad y la medicina planteadas por un prestigioso e influyente intelectual: Fernando Savater. Aunque ha cultivado varios géneros, sus creaciones más apreciadas son artículos periodísticos o ensayos de tema filosófico, literario o político. La mayoría de los ensayos de Fernando Savater relacionados con la salud y la enfermedad están centrados en su defensa de la despenalización de la droga.



Quizá una de las dificultades del género ensayístico radique precisamente en tratar de exponer ideas mediante un lenguaje inteligible para los no expertos. La carencia de una terminología especializada exige del autor cierta pericia expositiva para hacerse entender y, en algunos casos, para persuadir al lector. Estas observaciones son imprescindibles para valorar cabalmente el material que analizaremos. Sabemos que no son textos académicos, pero tampoco son meras lucubraciones del autor. ¿Se ha ocupado acaso alguna vez Fernando Savater de la enfermedad o la medicina? Observando su trayectoria, es obvia su nula relación profesional con la medicina, lo que si por un lado nos conviene al eliminar posibles sesgos profesionales o tendencias corporativistas, por otro nos obliga a tener en cuenta que su falta de conocimientos técnicos quizá pueda hacerse notar al referirse a ciertos asuntos. En modo alguno se trata de juzgar a este autor, sino de conocer las ideas relacionadas con la enfermedad o la medicina que transmite a sus lectores y de contrastarlas con lo que puede observarse desde el punto de vista de la medicina del primer nivel asistencial.

La producción escrita de Fernando Savater es muy copiosa. Ha colaborado en innumerables revistas y periódicos, tanto en España como en América Latina. De ahí que, pese a nuestro afán por agotar el material sobre el tema que nos ocupa, no pueda excluirse la posibilidad de que en alguna publicación de escasa difusión o en un libro colectivo exista un texto de interés que haya escapado a nuestras indagaciones, aunque es muy improbable que contenga diferencias significativas respecto a lo revisado. Es sabido que este autor ha dado su opinión sobre asuntos de toda índole, pero ha prestado una limitada atención a la salud y la enfermedad. Estos dos temas constituyen una pequeña parte, aunque muy reveladora, de su producción1. A su vez, dentro de esta parcela, la mayoría de sus textos se han centrado en defender la despenalización del tráfico y consumo de estupefacientes. Este asunto, junto a algunas escasas reflexiones sobre la psiquiatría, el aborto y las técnicas de reproducción asistida, constituyen la totalidad de los temas tratados por Savater cuyo análisis tiene algún interés desde el punto de vista médico.

Drogadicción

Ya en 1985 Fernando Savater sostenía que el consumo recreativo de sustancias psicoactivas era una práctica inmemorial justificable como alivio de las penalidades de la vida y que, por ser éstas inseparables de la condición humana, rechazar su empleo era “una tarea idiota e hipócrita a partes iguales” amparada por prejuicios morales2. Lo único nuevo, según él, eran las leyes que persiguen su tráfico y consumo. Huelga decir que el argumento del tradicionalismo carece de validez si recordamos otras prácticas también milenarias totalmente inaceptables3. Por otra parte, explicar el uso de estupefacientes como vía de escape ante la dureza de la vida es difícil de sostener en las opulentas sociedades occidentales modernas, en las que precisamente el fenómeno de la drogadicción ha alcanzado unas consecuencias sanitarias desconocidas. Por último, las condiciones y resultados del consumo tradicional de sustancias psicoactivas sin finalidad terapéutica se parecen muy poco a las del actual consumo recreativo de estupefacientes.

“Savater circunscribe los problemas de la droga a las condiciones de clandestinidad de su consumo y a la desinformación, es decir, a unas determinadas circunstancias sociopolíticas.”

Lo anterior no es sino la consecuencia inmediata de considerar que cada ser humano puede, sin limitación alguna, hacer con su propio cuerpo lo que se le antoje: “En último término, sea como fuere, ¿qué autoridad puede arrogarse nadie para prohibirle a otro un riesgo mortal asumido con conocimiento de causa?”4. En efecto, pero ¿es posible asumir un riesgo mortal sin perjudicar a terceros? Muchos médicos asistenciales podríamos responder de modo tajante a ambos interrogantes basándonos en hechos cotidianos. No deja de resultar sorprendente que para un ensayista o un filósofo la respuesta no sea igualmente obvia. Accidentes de tráfico, violencia doméstica, padres amenazados, explotados y maltratados por sus propios hijos, desestructuración familiar, entre otras situaciones, demuestran día a día en las consultas de atención primaria que es inimaginable pensar en un consumo de sustancias de abuso que no dañe, de un modo u otro, antes o después, al entorno social del consumidor.

Un corolario esperable de admitir que cada cual haga de sí mismo lo que crea oportuno es la opinión de Savater sobre la automedicación: “El uso e información de sustancias químicas es un derecho que, como todo derecho, entraña riesgos y abusos pero no por ello deja de ser reclamable...”5. Es impensable que nuestro autor desconozca el significado exacto del término “automedicar”, a saber: “Tomar un medicamento o seguir un tratamiento por iniciativa propia”, y que un medicamento es una “sustancia que, administrada interior o exteriormente a un organismo animal, sirve para prevenir, curar o aliviar la enfermedad y corregir o reparar las secuelas de ésta” (DRAE, 22ª ed.). Como la utilización de estupefacientes a que obviamente se refiere Savater no tiene ninguno de esos propósitos, el término automedicación es inadecuado, pues pone en pie de igualdad la terapéutica farmacológica sin prescripción con el consumo de sustancias psicoactivas con fines recreativos. De hecho, y utilizando ahora el término con propiedad, la automedicación constituye un grave problema cotidiano.

El mal uso incluso de fármacos que deberían utilizarse exclusivamente siguiendo las indicaciones del prescriptor tiene consecuencias graves y en ocasiones mortales6. Ni las campañas institucionales ni unos prospectos inteligibles ni el asesoramiento por los profesionales de una sanidad pública accesible a todos parecen capaces de impedir la lacra de la automedicación irresponsable.

Pero antes de consumir sustancias psicoactivas sin control facultativo es necesario ahuyentar cualquier temor sobre su toxicidad. Según nuestro autor, la droga no es nociva si se consume a dosis adecuadas. “Una sustancia química es, en sí misma, totalmente neutral. No hay sustancias químicas buenas o malas en sí mismas, todo es cuestión de dosis”7. No le falta razón. Pero no está de más recordar las nociones farmacológicas de intervalo terapéutico y tolerancia farmacológica. Los servicios médicos de urgencias pueden dar fe de las siniestras consecuencias del descubrimiento “empírico” de ambas realidades por muchos drogodependientes.

Savater circunscribe los problemas de la droga a las condiciones de clandestinidad de su consumo y a la desinformación, es decir, a unas determinadas circunstancias sociopolíticas. “La primera e indudable ventaja de la despenalización sería el ayudarnos a conocer un discurso práctico respecto a ciertas sustancias con las que vamos a tener que convivir, distinto al de la propaganda o al de la siniestrosis”8. Así era, en efecto, como se puede comprobar en la prensa de la época en que escribió los textos estudiados. La información periodística se centraba entonces preferentemente en los aspectos más negativos de la drogadicción, con muy escaso afán educativo9. Hoy no es difícil encontrar información abundante y fiable sobre casi cualquier sustancia, sin que por ello sus devastadores efectos hayan disminuido. Además, ni la clandestinidad ni la desinformación se dan en la venta y consumo de bebidas alcohólicas, lo que no impide las desastrosas consecuencias de su mal uso.

Recapitulemos. Vamos a pedir al consumidor recreativo de sustancias psicoactivas que, en ejercicio de su libre albedrío para hacer lo que guste con su organismo, se automedique prudentemente sin rebasar ciertos límites con la sustancia de su elección y que, antes de hacerlo, se informe convenientemente. Y ahora lo más difícil: todo ello deberá hacerlo sin perjudicar a otros. Pedimos mucho. Por si lo anterior fuese poco, confiamos en que haga todo esto antes de que su estado físico y mental se deterioren. Nuestro utópico consumidor de droga deberá tener una ecuanimidad y una salud envidiables. No puede ser, desde luego, un enfermo. ¿Será esto lo que quiso decir nuestro autor cuando sostuvo que un drogadicto no es un enfermo? Después de todo, “estamos acostumbrados a oír que es mejor tratar a los drogadictos como enfermos que como delincuentes. Y de su enfermedad, naturalmente, no tienen la culpa ellos, sino la sociedad, los narcotraficantes, el Gobierno, la naturaleza, o lo que sea”10. Más bien parece que Savater considera la imagen social del drogadicto como un espantajo inventado como pretexto para ocultar intereses espurios, como veremos más adelante.

Pero una cosa es que el consumo de droga no implique necesariamente un deterioro visible e inmediato de la salud o de las relaciones sociales y otra muy distinta que no sea una patología. Se podría admitir que en ese momento crítico, imposible de determinar, en el que alguien decide iniciar o mantener el consumo de un estupefaciente no es todavía un drogadicto. Pero es obvio que quien acude a mi consulta con una esquizofrenia residual o portador del VIH de resultas del consumo de droga es un enfermo. Un asunto diferente es que intenten explotar esta condición para tratar de manipular al médico u obtener ventajas de otro tipo11.

“Una cosa es que el consumo de droga no implique necesariamente un deterioro visible e inmediato de la salud o de las relaciones sociales y otra muy distinta que no sea una patología.”

Por último, Savater parece querer desbordar los límites de la autonomía del paciente drogodependiente —admitamos que lo es— poniendo en duda la enfermedad misma: “El Estado no puede decretar lo que es la salud de una persona contra la opinión o la voluntad de esa persona”12. No se puede dudar de que la idea de salud comprende aspectos no cuantificables y subjetivos junto a otros medibles y objetivos. Es también obvio que la medicina no debe prescindir de los primeros, pero sería inviable si no trabajase con los segundos13. Al final, quizá habría que admitir que este débil argumento de Savater es un pretexto para intentar justificar el consumo de estupefacientes. Pero además de defender su consumo como una libertad individual más, les encuentra utilidad al margen de su uso recreativo al ver las drogas como un estímulo para la creatividad al afirmar: ”En cuanto a las drogas, sabemos que hacen maravillas con el alma humana, razón por cierto de que algunas de las más interesantes estén prohibidas”14. No obstante, matiza esta convicción al reconocer que, naturalmente, “el uso de estimulantes no proporciona talento, pero puede contribuir a la distensión y a elevar el estado de ánimo”15.

Sin embargo, es muy difícil impedir que esta simpática apología del hedonismo individualista colisione con uno de los pocos argumentos que pueden justificar la intromisión del Estado en la libertad de los ciudadanos, es decir, la defensa del interés general. Hoy es imposible dejar de ver las consecuencias de la mala utilización de los estupefacientes. El discurso de Savater da la impresión de haber querido combatir los excesos del paternalismo salubrista a expensas de olvidar los perjuicios a terceros.

¿Agenda oculta?

Para nuestro autor, una de las principales razones de la prohibición es que reduce la productividad económica de sus consumidores. “Pero es que aquello que produce se considera necesario, y por tanto justificado en sus pérdidas, mientras que lo que solamente gasta y disfruta, carece de justificación social por su derrochadora gratuidad: ninguna tesis puede ser más estrictamente totalitaria y antidemocrática que ésta”16. Posiblemente, los costes no sanitarios generados por las sustancias de abuso son enormes y muy difíciles de cuantificar17. Incansablemente, Savater defiende las prerrogativas individuales, obviando las obligaciones sociales. El llamado estado del bienestar, pese a sus ineficiencias y lastres, constituye un logro sin precedentes que requiere la colaboración de todos para subsistir. Aunque rechacemos automáticamente como inhumana cualquier perspectiva exclusivamente economicista de la salud, no por ello cambia la realidad. Una sanidad pública, universal y gratuita, a la que el propio Savater se ha referido como “...quizá el avance civilizatorio más indudable de los últimos ciento cincuenta años.”18 que asista, por ejemplo, sin discriminaciones a los drogadictos que han arruinado su salud, concita un apoyo unánime, pero necesita también del esfuerzo de todos.

Como ya adelantamos al referirnos a la consideración del drogodependiente como enfermo, nuestro autor considera que mucho de lo relacionado con la droga enmascara intereses innobles. “Desde la época de las grandes persecuciones de brujas y pogroms de judíos no se había visto semejante oleada de supersticiones, fulminaciones puritanas y medias verdades científicas como las que hoy circulan en tomo a las llamadas drogas”19.

De ser cierta la manipulación que Savater denuncia, deberemos admitir que, como herramienta de control social, deja mucho que desear. La hoy ubicua información sobre los perjuicios de la droga parece disuadir a pocos. Pero quizá una de las afirmaciones más chocantes de nuestro autor aluda a los réditos de la masacre de la droga. Según él, existen grupos interesados en mantener la situación actual. “Los beneficios que produce el tinglado de la prohibición de la droga son tan grandes que parece del todo inútil insistir en oponerse a la versión canónica sobre el tema”20. Para no caer en errores por desconocimiento, siempre es prudente hablar de lo que se conoce de primera mano. Aunque la experiencia clínica individual de cada uno no permite cuantificar los efectos de las drogas ilegales, disponemos de datos que permiten calibrar la magnitud del problema de salud pública que ha significado la drogadicción, en el que las responsabilidades están muy repartidas21. Pero la cuantificación de las estadísticas nunca reflejará los dramas personales, con nombre, apellidos y familia, que han pasado y seguirán pasando por las consulta de atención primaria o los servicios de urgencias. Sean cuales fueren las medidas que se adopten en un futuro, los daños de la drogadicción tal como la conocemos son inconmensurables.

“Hoy no es difícil encontrar información abundante y fiable sobre casi cualquier droga, sin que por ello sus devastadores efectos hayan disminuido. Además, ni la clandestinidad ni la desinformación se dan en la venta y consumo de bebidas alcohólicas, lo que no impide las desastrosas consecuencias de su mal uso.”

Es sabido que los argumentos a favor y en contra de la actual persecución del tráfico y consumo de droga se alinean hoy en dos posiciones irreconciliables, como evidente resulta tras lo expuesto que, al menos en España, los argumentos de Savater a favor de la postura despenalizadora son de referencia obligada, aunque sólo sea por su repercusión en los medios de comunicación e independientemente de que se compartan o no sus razones.

Ante este debate, estéril por estancado, son necesarios planteamientos equilibrados que escuchen a ambos sectores. Prescindiendo de consideraciones de dudosa aplicación práctica, como el interminable debate sobre la moralidad de la legalización, aceptando de los partidarios de la legalización su concepto de pluralidad de las sustancias comunmente conocidas como ‘drogas’ y admitiendo con los prohibicionistas que quizá sea preciso a veces tomar medidas gubernamentales para el control de la adicción, se llega a la conclusión de que el Estado debe intervenir en defensa de la salud individual y para proteger a los individuos de sus propios actos, incluso a expensas de inmiscuirse en la esfera de la autonomía personal22. Abundando en esta línea, aportaremos una cita alusiva a los límites de la autonomía personal procedente de un texto de referencia en bioética, a modo de contrapeso de las numerosas citas con que, a lo largo de esta reflexión, hemos querido ser fieles tanto al espíritu como a la letra de los textos de Fernando Savater.

“Es un hecho comprobado que cuando la autonomía se lleva al extremo e intenta convertirse en un principio absoluto y sin excepciones, conduce a aberraciones no menores que las del paternalismo bene- ficentista. Lo que el paternalismo es a la beneficencia, es a la autonomía el anarquismo. El bien común exige poner coto a las decisiones libres de los individuos. Por eso con sólo el principio de autonomía tampoco puede construirse una ética coherente”23.

Incierto balance

Al analizar los ensayos de Fernando Savater relacionados con la salud y la enfermedad, centrados en su mayoría en la defensa de la despenalización de la droga, constatamos que estos son una parte modesta de su producción. No obstante, pese a su escasez, plantean unas hipótesis muy claras. Lamentablemente, los textos que hemos estudiado adolecen no sólo de un exceso de generalización, hecho disculpable dentro del género del ensayo y el artículo periodístico, sino también de un insuficiente fundamento técnico y de ciertos sesgos ideológicos. Esta llamativa falta de imparcialidad contrasta con otros aspectos de su obra, en la que tan a menudo hace gala de un admirable sentido común. Resulta especialmente llamativa su insistencia antiprohibicionista, asunto en el que su copiosa producción se extiende a lo largo de un decenio, lo que nos impide explicar su actitud como fruto de una desorientación transitoria.

Es dudoso, por otra parte, que siga sosteniendo opiniones expresadas hace más de cuatro lustros. Crecen nuestras dudas sobre la persistencia de su modo de pensar al constatar que, tal como nos informa el propio autor, las ideas que defiende están tomadas del psiquiatra y promotor de la legalización del tráfico de drogas Thomas S. Szasz (1920-). Con la perspectiva que proporciona el tiempo transcurrido, algunos de estos textos parecen responder a planteamientos de indudable interés en su momento, pero hoy difíciles de sostener.24

La falta de textos recientes de Savater, matizando o profundizando en estos asuntos, nos impide conocer su opinión actual. Pero al margen de la precariedad de algunos de los conceptos sobre la salud y la enfermedad contenidos en su obra, el análisis de ésta posee el innegable interés de permitirnos conocer las opiniones sostenidas por un influyente intelectual que incluso podrían tener cierta repercusión en la educación sanitaria de la población o en los conceptos generalmente aceptados fuera de los límites de la profesión médica.

Agradecimientos

Agradezco al Dr. José Lázaro su amistosa iniciativa, orientación y estímulo, que determinaron la realización de este trabajo, sin condicionar sus conclusiones.




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BIBLIOGRAFÍA

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