miércoles, 14 de abril de 2010

Humanidades médicas - La vejez Una mirada diferente al mundo - JANO.es - ELSEVIER


La vejez. Una mirada diferente al mundo
Médico de familia.
JANO.es
ESPAÑA
14 Abril 2010 · Dr. Juan Carlos Hernández Clemente. Madrid


En 1927, el joven físico alemán Werner Heisenberg introducía un nuevo principio en el mundo de la ciencia: “el principio de incertidumbre”, este principio ponía en entredicho el paradigma científico imperante hasta aquel momento.

La ciencia moderna desde Copérnico y Galileo y continuando con Kepler y Newton había evolucionado hacia el conocimiento científico perfecto, había construido un edificio fundamentado en la razón y en las pruebas contrastables, había intentado poner orden en el aparente caos de la naturaleza, nada podía estar sujeto al azar o a la imprevisibilidad. Pero este joven físico de 27 años, introdujo la duda, nunca mejor dicho la incertidumbre, en el corazón mismo de la ciencia. Contra todo pronóstico afirmó que: “se puede medir la velocidad de una partícula o se puede medir su posición pero no se pueden medir ambas cosas”. O bien: “cuanto más preciso sea el conocimiento de su posición, menos podrá conocerse su velocidad”. O de forma más indirecta y menos obvia: “el acto de observar cambia la cosa observada”1. El observador cambia la cosa observada, el acto de la observación domina sobre lo que se observa y lo que no. El pintor y el alpinista no ven de la misma manera la montaña que tienen ante sus ojos, el anciano y el joven no ven de igual modo la realidad que les rodea, el observador cambia la cosa observada y si esto es así, lo observado siempre es diferente a lo largo de la vida, pues ese observador, que somos nosotros, nunca es el mismo, siempre está en continuo cambio.

Otro de los aprendizajes del principio de incertidumbre, antes mencionado, es que el viejo ideal determinista de Laplace: “que si conoces el presente a la perfección, podrías predecir por completo el futuro”2 no era del todo posible. El principio de Heisenberg dejaba entrever que el azar podría también desempeñar un papel importante en nuestras vidas, al menos no todo estaba determinado.

La idea de que el universo esté gobernado por el azar era totalmente impensable hasta el siglo XX, sin embargo, de acuerdo con la teoría cuántica, los acontecimientos más básicos del universo, el comportamiento de las partículas más fundamentales de todo lo que existe se decide por azar. Así, según esta teoría, el universo no es determinista. El argumento más asombroso contra la evolución continúa siendo la ignorante sospecha de que “todo esto no puede haber surgido por azar”. Frente a este posible hecho se encuentran los que apelan a lo que hoy se denomina “diseño inteligente” que garantizaría, según ellos, que la vida tiene un significado. Por supuesto esta concepción incluiría las antiguas creencias en el destino, el fatalismo, la creencia induistabudista en el Karma, así como muchas concepciones judeocristianasmusulmanas sobre Dios3.

Pero los descubrimientos del pasado siglo nos obligan a reconsiderar el determinismo y la naturaleza de la libertad humana y a la vez nos obligan a ser nosotros mismos los que construyamos una vida con auténtico sentido.

Somos fruto del azar

El azar “la ciencia no nos lo sabe explicar de otro modo por el momento” está presente desde el mismo momento de nuestra fecundación, hecho biológico consistente en la fusión de los gametos (espermatozoide y óvulo) con el consiguiente intercambio de su material genético para generar una nueva célula o cigoto. Previamente, el azar también actuó (al menos en nuestra época y en nuestra cultura occidental) haciendo que dos personas casualmente se conocieran, se atrajeran sensual y sexualmente y mantuvieran relaciones con el consiguiente intercambio de material genético en el momento oportuno. Así desde hace 2.000 millones de años las células eucariotas mantienen relaciones sexuales, es decir aquellas en las que existe intercambio de material genético y cuya consecuencia ha sido la creación de la biodiversidad existente en este momento y entre la cual nos encontramos nosotros4.

Nuestra especie, el Homo sapiens, es a su vez producto del azar. Hay quienes han tratado de entender la evolución como una especie de escalera que inexorablemente acababa en el hombre como ser supremo de la naturaleza, o de la creación si se prefiere. Pero la ciencia nos dice que la evolución no es ningún tipo de escalera, sino más bien un árbol con decenas de ramificaciones, una de la cuales, casualmente, es la que corresponde a nuestra especie.

Pues bien, si el hecho de que estemos sobre la Tierra como individuos y como especie ha sido fruto del azar, nuestra ausencia definitiva sobre ella también será fruto del azar. Excepto en los casos de suicidio no asistido, eutanasia, suicidio asistido y, con un pequeño margen de error, en los casos de limitación del esfuerzo terapéutico en un paciente terminal, en todos los demás casos, nadie conoce el momento de su fin, de su inexistencia.

Vivir el presente

Estas conclusiones de la ciencia me permiten reflexionar sobre la importancia de vivir el presente de nuestras vidas independientemente de la edad que cada uno tenga. Sólo vivimos en presente, la memoria del pasado también es presente y los proyectos hacia el futuro también los pensamos en un presente concreto, ¿por qué entonces no vivir siempre con la misma intensidad el presente de cada instante sin importar la edad o el tiempo de vida que nos quede? ¿Por qué poner líneas divisorias en nuestra vida, líneas que marquen un antes y un después en nuestra existencia?

Me refiero muy concretamente al momento de la jubilación, palabra que proviene de júbilo y que el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) define como: “viva alegría, y especialmente la que se manifiesta con signos exteriores” y así debía ser. Sin embargo, en algunas personas la jubilación se vive como una pérdida, como un duelo por una vida activa, una vida de interrelaciones laborales y personales, en muchos casos una vida creativa y prácticamente siempre, sea cual fuere la profesión desempeñada, una vida que reportaba un beneficio a la sociedad.

Este duelo y pérdida de relaciones sociales que progresivamente pueden devenir en aislamiento personal y social quedó magistralmente plasmado en la película de Vittorio de Sica Umberto D de 1952, película neorrealista en la cual se nos muestra a un jubilado con importantes dificultades económicas, que apenas puede pagar una habitación de alquiler, que apenas tiene con qué vivir y que como únicos amigos tiene una criada y, sobre todo, a su perro “Flike”

Por el contrarío, leo en el último libro de Ramón Bayés catedrático de psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona, VIVIR. Guía para una jubilación activa: “Siguiendo a Simone de Beauvoir creo que la persona que envejece, no sólo debería mantenerse serena sino mostrarse apasionada; incluso me atrevería a decir, que venciendo su posible cansancio, es posible que intente afrontar las vicisitudes de cada nuevo día con una mirada nueva, ingenua, impetuosa, joven, con ansia de aprendizajes, como si descubriera el mundo por primera vez”5.

Si Vittorio de Sica nos mostraba la melancolía, el duelo y el aislamiento en que se veía su protagonista tras la jubilación, Ramón Bayés hace suyas las palabras optimistas de Simone de Beauvoir, según las cuales, tal y como nos mostraba el principio de incertidumbre con el cual comenzábamos este artículo, una persona que envejece puede observar el mundo cada día de manera diferente, como si fuera la primera vez y a partir de ahí llevar a cabo una vida plena y satisfactoria como a cualquier otra edad.

La edad de jubilación

La jubilación es un derecho, una conquista de las sociedades más avanzadas y como tal hay que entenderlo. Cualquier ciudadano puede acogerse a él en el momento que la ley se lo permita, pero me parece discriminatoria la obligatoriedad de la jubilación en función de la edad. La sociedad actual cuenta cada día con mayor número de personas que superan la edad de 65 o 70 años y son muchos los que gozan de una estupenda salud. En el mencionado libro de Ramón Bayés se nos dice: “¿de qué nos sirve que aumente nuestra longevidad si tenemos que vivir estos años de más que nos regalan las ‘sociedades del bienestar’ inmersos en el completo aislamiento social, emocional y cognitivo que supone vivir en un hogar unipersonal sin ascensor, ingresar en una residencia-almacén o padecer la enfermedad de Alzheimer? ¿Por qué a las personas a las que les gusta su trabajo y pueden demostrar que son competentes en él se les obliga a jubilarse?”6.

Efectivamente, la clave está en la competencia o eficiencia en la realización del trabajo y no en la edad. Una persona mayor de 65 años competente y eficiente en su trabajo y que lo desee ¿por qué no puede seguir plenamente activo laboralmente hablando?, por el contrario, un menor de 65 años incompetente o ineficiente en su trabajo, tanto en la empresa privada como en la administración pública, deberá cambiar de puesto de trabajo a otro que corresponda más con sus aptitudes.

Hoy está abierto el debate social con respecto a la edad de la jubilación. Se habla de “incentivación” a aquellos que deseen continuar con su trabajo al rebasar los 65 años, de disminuir las prejubilaciones, de “jubilaciones flexibles”, de sostenibilidad e insostenibilidad del sistema de pensiones, o de unas pensiones dignas después de toda una vida de trabajo, etc. Es conocida la importante disminución de la natalidad en los países occidentales y también el retraso en el comienzo de la edad laboral por parte de los jóvenes, que cada día precisan más años de formación universitaria o profesional, así como el menor número de trabajadores en activo para mantener todo el complejo mundo que se ha denominado “sociedad del bienestar”. La sociedad, en su conjunto, debe hacer una reflexión dirigida a mantener por un lado el derecho a la jubilación tal y como hoy lo conocemos y la posibilidad de seguir aportando años a la vida laboral de cuantos se encuentren con la salud necesaria y el deseo de seguir con su actividad.

No se trata de establecer simplemente medidas administrativas o crear nuevas normas, sino de establecer un diálogo entre las partes en conflicto del que puedan surgir soluciones satisfactorias para ambas partes. Esto redundaría positivamente, por una parte, en aquellos que voluntariamente quieran llevar una vida laboral activa más allá de la edad de jubilación ahora establecida y, por otra parte, sería una ayuda para el mantenimiento de la “sociedad del bienestar”. No debemos olvidar la sugerencia de Amartya Kumar Sen, economista Bengalí y premio Nobel de Economía en 1998, cuando proponía medir el desarrollo de los pueblos no por los recursos materiales con los que cuentan sino por las capacidades de las personas para llevar adelante sus planes de vida7. Es decir, no podemos, como país y como sociedad desaprovechar la potencialidad de trabajo que muchas personas que superan la edad de 65 años puedan aún desarrollar.

Este nuevo planteamiento, con respecto a la edad de jubilación, deberá estar vigilante para evitar egoísmos y abusos tanto de aquellas personas cuyo único objetivo sea una jubilación lo más temprana posible y, de este modo, beneficiarse del sistema de pensiones existente, como de aquellos otros casos en los que, por disfrutar de posiciones privilegiadas dentro del mundo laboral o académico, quieran perpetuarse en sus puestos impidiendo el recambio generacional, pues como ya escribía Michel de Montaigne en el siglo XVI, cada generación tendría que hacer suya la máxima “haced sitio a otros como otros os lo hicieron”8.

El actual sistema de pensiones, dicho de otra manera, la posibilidad de una jubilación digna a partir de los 65 años, es la expresión de un sistema solidario de toda la sociedad para con sus mayores, es el nexo entre generaciones de trabajadores.

Hoy, para todos aquellos que pretendan prolongar sus días laborales más allá de la edad señalada o para aquellos que por diversas situaciones soliciten su jubilación antes de dicha fecha, debemos apelar a la responsabilidad individual, a esto que ahora denominamos la autonomía de la persona, tal y como nos la define Adela Cortina en su libro Ética de la razón cordial: “la autonomía de la persona sería la capacidad de darse leyes a sí mismo y la de auto-obligarse a cumplirlas, por tanto, la autonomía no se quedaría exclusivamente en la libertad e independencia para elegir unas opciones frente a otras, sino que precisamente esa libertad para decidir nos obliga a su cumplimiento”9. En nuestro caso, aquellas personas que deseen trabajar más allá de los 65 años deben poder elegirlo pero saben que se autoobligan a cumplir honestamente con su trabajo, como aquellos que se jubilen antes de la edad establecida deben haber justificado sobradamente su decisión, de lo contrario estarían engañándose a ellos mismos y a la sociedad de la que son partícipes.

Sería interminable la lista de personas que se han mostrado plenamente competentes y a los que debemos agradecer que no se jubilasen a los 65 años. Sus trabajos posteriores a esa edad son hoy ejemplos de las posibilidades que atesoran las edades que superan la cifra marcada por la sociedad para jubilar a una persona. Por sólo poner algunos ejemplos citaré a Francisco de Goya quien a pesar de sus déficits auditivos y visuales no dejó de pintar hasta los últimos días de su vida y murió a los 82 años, o a Juan XXIII quien, a los 78 años de edad y recién nombrado Papa, convocó el que sería conocido como Concilio Vaticano II, uno de los momentos de mayor cambio en la dilatada historia de la Iglesia Católica, o al nonagenario Bertrand Russell cuya imagen transmitía fuerza y respeto al frente de las manifestaciones en favor del necesario desarme nuclear en la década de los sesenta del pasado siglo.

Etapa de serenidad

En cualquier caso, para aquellos que se jubilen, es necesario mencionar que ésta debe ser la etapa de la serenidad en la vida. No se debe ver la jubilación como un punto de inflexión que premonitoriamente nos anuncie la muerte, o el momento en que la edad nos aparta de la vida en sociedad. Esta manera de entender la jubilación nos llevaría a una angustia existencial y a un progresivo aislamiento.

En la jubilación, como en cualquier otra época de cambio en la vida, la persona debe encontrar un sentido a su existencia. Esto es, en definitiva, colmar la parte espiritual que todos nosotros tenemos, saber no sólo cómo vivimos sino por qué lo hacemos. Si encontramos la respuesta a ese por qué, dará igual cómo vivamos: jubilados o con actividad laboral, con mayor o menor riqueza, en un país o en otro, presos o libres. Porque detrás de la respuesta a ¿por qué vivimos? hay objetivos concretos, que se realizarán mediante acciones concretas que, a su vez, cambiaran nuestras sensaciones y sentimientos y no sólo los nuestros, también los de los que nos rodean. Nos sentiremos más satisfechos actuando, tomando decisiones, sintiéndonos participes de nuestra vida. Habrá ocasiones en que nos equivoquemos, pero deberemos seguir actuando para rectificar nuestros errores.

Ni antes ni después de la jubilación debemos ser seres pasivos. Al realizar acciones, irremediablemente las estamos evaluando, pero no sólo evaluamos las acciones sino a nosotros mismos, y no sólo el cómo o por qué estamos actuando, sino qué tipo de emociones y sentimientos nos generan dichas acciones. Las emociones y sentimientos no están en nosotros pasivamente esperando a despertarse cuando ellos quieran, somos nosotros quienes, con nuestras experiencias, comportamientos y actuaciones los despertamos, los modulamos, los modificamos, cambiamos su polaridad. Y será esa polaridad hacia el polo positivo, en nuestra evaluación emocional y sentimental, esa sensación de placidez o satisfacción, la que nos oriente y nos indique que la acción realizada o la decisión tomada es la correcta. Será, por tanto, esa suma de acción más emoción y sentimientos positivos la que facilite y permita que alcancemos la meta propuesta.

Hay que decir que estas acciones no tienen que ser excelsas o trascendentes, sirve cualquier actividad que nos reporte satisfacción interior, desde cultivar flores o cuidar canarios a pescar en ríos de montaña o tallar madera. Precisamente, la jubilación es el envidiable momento en que cada cual puede llevar a cabo aquello que siempre deseó realizar y no pudo por falta de tiempo.

Por su parte, la sociedad debe facilitar la adaptación de las personas jubiladas a su nueva situación, el lema preconizado por la Organización de Naciones Unidas en 2002 de “una sociedad para todas las edades”10, aunque todavía lejano, debe ser el referente de futuro. Debemos hacer lo posible para que la vejez sea sólo un hecho biológico, nunca social; debemos minimizar el impacto que la edad biológica puede suponer para la actividad diaria de estas personas generando entornos adaptados a sus necesidades, un entorno físico y social con el que puedan mantenerse en contacto con facilidad y les permita disfrutar de la vida.

Al principio del artículo veíamos como el nivel de conocimiento alcanzado por la ciencia nos explica que la mirada del observador modifica lo observado y que siempre queda un resquicio para el azar, el cual tendrá un importante protagonismo tanto en la concepción de nuestra vida, en la vida misma y en la propia muerte. Concluiré, desde la literatura, con las lúcidas palabras que sobre las ventajas de la vejez y la libre aceptación de la muerte escribió Séneca hace ya muchos siglos.

Lucio Anneo Séneca, que nació en Córdoba bajo el Imperio de Augusto y llegó a ser educador de Nerón, vivió los años correspondientes a la dinastía Julio- Claudia, en los inicios del Imperio Romano. Presenció una de las épocas más intrigantes y convulsas, no sólo de la historia de Roma, sino de la historia de todos los tiempos: asesinatos, traiciones, persecuciones, destierros… y sin embargo, nos dejó escritos de gran serenidad que reflejan perfectamente la condición humana. En unos de sus libros: Cartas a Lucilio, en la carta XII Séneca le escribe así sobre las ventajas de la vejez y la libre aceptación de la muerte: “Dirás: ‘¡Qué triste el tener la muerte ante los ojos!’ Primeramente: ésa debe tenerla ante los ojos tanto el viejo como el joven; pues no somos citados por ella según la lista de los censores por rango de edad; después, nadie hay tan anciano que no espere un día. Mas un día es un escalón de la vida; toda edad consta de partes y tiene círculos mayores que circundan a los menores. Hay uno que circunda y abraza a todos, éste pertenece al último día de nuestra existencia; hay otro que encierra los años de nuestra adolescencia, está el que abarca la infancia, y por fin está el mismo año, que contiene en sí todas las épocas que, multiplicadas, componen la vida…!He vivido! Y he llevado a término el curso que el destino me había dado.”11



BIBLIOGRAFÍA

1. David L. Incertidumbre. Barcelona: Editorial Ariel; 2008.
2. David L. Incertidumbre. Barcelona: Editorial Ariel; 2008.
3. Solomon RC. El pequeño libro de filosofía. Barcelona: Editorial Ariel; 2009.
4. Mosterín J. La naturaleza humana. Madrid: Editorial Espasa Calpe; 2006.
5. Bayés R. Vivir. Guía para una jubilación activa. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica; 2009.
6. Bayés R. Vivir. Guía para una jubilación activa. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica; 2009.
7. Cortina A. Ética de la razón cordial. Educar en la ciudadanía en el siglo XXI. Oviedo: Ediciones Nobel; 2009.
8. Bayés R. Vivir. Guía para una jubilación activa. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica; 2009.
8. Bayés R. Vivir. Guía para una jubilación activa. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica; 2009.
9. Cortina A. Ética de la razón cordial. Educar en la ciudadanía en el siglo XXI. Oviedo: Ediciones Nobel; 2009.
10. Bayés R. Vivir. Guía para una jubilación activa. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica; 2009.
11. Séneca LA. Cartas a Lucilio. Barcelona: Editorial Juventud; 2006.

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