lunes, 13 de julio de 2009

El virus que nos cambió la vida



05 JUL 09 | Influenza y vida cotidiana
El virus que nos cambió la vida
“Hay alarma porque aparece un peligro que no está naturalizado”


Página 12

LO QUE SE PUEDE HACER Y LAS ACTIVIDADES QUE DEBEN EVITARSE

¿Qué hacer con los chicos en casa? ¿Se pueden juntar con amigos? Qué pasa con el shopping, los cíber, el pelotero. Ir a la cancha. Comer en un restaurante. La epidemia obliga a repensar cada actividad. Dos expertos ayudan a responder las preguntas y tomar decisiones.


Por Carlos Rodríguez

En pleno auge de la pandemia de influenza A, ¿cuáles deben ser las precauciones cotidianas? ¿Se puede ir sin problemas a un estadio de fútbol, a un recital, al cine, al teatro, a comer afuera o a bailar? ¿Qué hacer desde mañana con los chicos más pequeños que se quedarán en casa por la suspensión de las clases? ¿Pueden salir a jugar, juntarse con amiguitos o concurrir a un pelotero? Los expertos Marcelo Blumenfeld y Pedro Cahn, aunque tuvieron discrepancias en cuanto a si se puede concurrir o no a los espectáculos públicos, coincidieron en que lo primordial es que se produzca el aislamiento de las personas –menores o adultos– que presentenn síntomas gripales, aunque nunca se confirme que se trata de la del tipo A H1N1. “Los chicos y jóvenes no van a ir al colegio, pero muchas veces los adultos, por un exceso de responsabilidad, vuelven al trabajo en forma prematura, cuando todavía persisten los síntomas de la gripe. No deben hacerlo. Deben guardar cama, al menos por siete días”, sostuvo Blumenfeld. Sobre el uso de barbijos, que ambos consideraron ineficaces y hasta contraproducentes, Cahn recalcó que sólo son recomendables “para los que están enfermos, para que no contagien, pero no para los que están sanos y suponen que poniéndose el barbijo ya están protegidos”.

Tanto Marcelo Blumenfeld, coordinador de Enfermedades Emergentes de la Sociedad Argentina de Infectología, como Pedro Cahn, médico infectólogo y presidente de la Fundación Huésped, coincidieron en aprobar la suspensión de las clases o el adelantamiento de la feria judicial, como forma de evitar actividades –la educativa y la de los juzgados– que provocan grandes movilizaciones y concentraciones de personas en lugares cerrados. “Hay que manejarse con precaución cuando se concurra a lugares donde la actividad no es obligatoria, como ir al cine o al teatro, a los estadios de fútbol, a un restaurante o a un lugar bailable. Aunque hay espectáculos suspendidos o lugares que se cerraron en forma espontánea, yo no creo que haya que prohibir esas actividades. Son optativas y la gente puede ir, pero con ciertas precauciones”, opinó Blumenfeld.

Cahn, en cambio, consideró que “hay que postergar, al menos mientras dure el pico de la pandemia, la concurrencia al gimnasio, salir a comer afuera o ir al cine. Si yo tuviera que festejar un aniversario, con una novia o con mi mujer, optaría por quedarme en casa y llamar a un delivery. Si mi hija me dice que quiere salir a bailar el sábado por la noche, yo le recomendaría que no lo hiciera. No creo que se deban prohibir esas actividades, no lo sugiero, pero yo, en lo personal, preferiría evitarlas como una forma más de prevención”. Hay actividades imposibles de suspender, como ir al supermercado o al almacén. Lo que también limitó Cahn es el shopping y, sobre todo, en el caso de los más chicos, “pasar mucho rato en los juegos electrónicos” colectivos, porque el virus puede transmitirse de persona a persona, de mano en mano.

En lo que sí coincidieron los dos especialistas es en la recomendación específica y más contundente en cuanto a las restricciones para los sectores considerados de mayor riesgo, como las embarazadas, los mayores de 65 años y las personas de cualquier edad con enfermedades crónicas: respiratorias (sobre todo los asmáticos), cardiovasculares, diabetes, hepáticas y otras. “En esos casos –sostuvo Blumenfeld– yo recomiendo que no concurran a lugares donde hay grandes aglomeraciones, porque el contagio para ellos tiene un nivel de gravedad mayor.”

Ante la pregunta sobre si es recomendable o no que la gente vaya al cine, al teatro, al estadio de fútbol, a comer afuera o a bailar, Blumenfeld sostuvo que “sólo hay que manejarse con precaución”. Sólo se inclinó por impedir “que los enfermos salgan, porque se tienen que aislar para evitar el contagio. Si bajó la fiebre, pero siguen los síntomas gripales, hay que quedarse en casa, al menos por siete días. El virus se transmite más durante la manifestación de la enfermedad. Los enfermos no tienen que pensar sólo en ellos, en su responsabilidad de trabajar, sino en los demás, en los que pueden llegar a contagiar. Hay cuadros leves, en los que tal vez no aparezca la fiebre, pero igual se produce el contagio y por eso, hay que suspender todas las actividades fuera del hogar”.

“La primera precaución, para los que están sanos es el lavado de manos. La enfermedad no se transmite por el aire, como ocurre, por ejemplo, con la tuberculosis. Se transmite por goteo, es decir cuando alguien que está cerca de nosotros, a menos de un metro, nos tose o nos estornuda en la cara. También se transmite si tocamos algo, un pasamanos, el teclado de una computadora y nos llevamos las manos a la cara. A las manos nunca tenemos que llevarlas a la cara si las tenemos sucias”, fue la advertencia de Blumenfeld. “Hay que lavarse las manos y mantener la higiene en el hogar. Si hay un enfermo, hay que evitar contactos cercanos. A tres metros, por más que estornude o tosa, es muy difícil que nos contagiemos, pero si estamos muy cerca, el riesgo es real. Lo que hay que lavar con cuidado es la ropa de cama, si hay un enfermo. Cuando se retiran las sábanas, hay que evitar acercarlas al cuerpo y después hay que lavarse bien las manos. La ropa se lava como siempre, sin otra precaución adicional.”

Ante la pregunta sobre si representa un riesgo salir a comer afuera, en un bar o un restaurante, Blumenfeld respondió: “Me parece que el riesgo no es mucho, es menos que el de ir a un estadio de fútbol. Y en la cancha, también hay que ver cómo están de llenas las tribunas, si hay mucho contacto entre las personas. Pero insisto, se transmite por goteo, es decir cuando alguien estornuda o tose a 20 centímetros, cerca de nuestra cara”. El especialista advirtió que “otra cosa es si se trata de una mujer embarazada. Lo ideal es que no vaya a ningún lugar donde haya aglomeraciones. También deben cuidarse mucho los mayores de 65 años y los que tengan asma bronquial o los diabéticos. Sería bueno que ninguno de ellos vaya a un lugar donde se reúna mucha gente”.

Sobre el uso del barbijo, Blumenfeld aseguró que “no lo aconsejan las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y en algunos casos, hasta los desaconsejan. La gente no tiene idea sobre cómo se debe manejar el barbijo. Si es alguien que está enfermo y estornuda o tose, es probable que se lo saque tomándolo de la parte que cubre la nariz y la boca, y no desatando las tiras que lo sujetan. A veces se lo sacan, lo ponen en un bolsillo y luego se lo vuelven a colocar. Eso es riesgoso y además, no sirve para evitar el contagio”.

Respecto de cómo se debe actuar con los chicos que desde mañana dejan de concurrir a los colegios, Blumenfeld consideró que “la medida de suspender las clases es razonable, porque las actividades en un colegio, la forma en que se mueven los chicos, constituyen un peligro de transmisión altísimo de la enfermedad. En cuanto a qué hacer con ellos desde ahora, lo ideal es que respeten las recomendaciones en cuanto a la higiene personal y que hagan una vida lo más normal posible. No es necesario que estén encerrados en su casa”.

Cahn coincidió en la inutilidad de los barbijos. “Son innecesarios para la gente común. Sólo deberían usarlos los enfermos, con mucho cuidado para aquellos que tengan que manipularlos después de usados. Sólo son muy recomendables para los médicos que tienen que atender pacientes con gripe A. El resto de las personas no debería usarlos.” Sobre qué hacer con los más pequeños, desde mañana, Cahn recomendó “llevarlos a la plaza, a jugar en lugares al aire libre, que se junten con otros chicos, pero que no se formen grandes grupos. No hay que meterlos en un pelotero, ni en el shopping, ni en los juegos electrónicos, ni en un cíber. El aire libre es lo mejor. Hay que inclinarse por los lugares bien ventilados”.



UNA PSICOLOGA EXPERTA EN SALUD PUBLICA ANALIZA LOS COMPORTAMIENTOS ANTE LA EPIDEMIA

Alicia Stolkiner
, titular de la cátedra de Salud Pública de la UBA, analiza los mitos, prejuicios y fantasías que genera una epidemia. La alteración de lo cotidiano, la conciencia de la muerte, las salidas individualistas.

Por Mariana Carbajal

La llegada del virus de la gripe A no sólo modificó rutinas. También, y fundamentalmente, cambió la percepción en torno de quiénes pueden morir de una enfermedad infectocontagiosa: ya no son “los otros” los únicos en riesgo. Ahora se instaló la idea de que cualquiera puede ser una víctima fatal. Esta es una de las reflexiones que comparte en una entrevista con Página/12 Alicia Stolkiner, titular de la Cátedra de Salud Pública de la Facultad de Psicología de la UBA y profesora de posgrado en el Departamento de Salud Comunitaria de la Universidad Nacional de Lanús, al analizar el impacto social que puede acarrear la presencia del virus H1N1. Para la especialista, quedó en evidencia el peligro del “presentismo patológico”, un fenómeno –señala– instalado en la sociedad desde hace varios años, por el cual personas con síntomas de alguna enfermedad apelan a medicamentos paliativos, ampliamente promocionados en la televisión, para evitar faltar a sus trabajos por temor a perder un plus salarial o poner en riesgo el puesto en un contexto de precarización laboral. Stolkiner analizó, además, los prejuicios que se agudizaron con la nueva influenza, advirtió sobre la falta de mensajes que promuevan el fortalecimiento del sistema inmunitario –como dormir bien y evitar las dietas hipocalóricas– y criticó a algunos medios de comunicación por ser sensacionalistas e insistir “en la salida individual” para evitar el contagio. “Muchos medios tienden más a la generalización de la alarma que a la producción de una práctica solidaria entre la gente de cuidado mutuo y autocuidado”, consideró. “Una situación de epidemia como ésta sólo se enfrenta con una responsabilidad social y colectiva”, concluyó Stolkiner.

–¿Cómo analiza el nuevo escenario social generado por la presencia del virus de la gripe A?

–Se comienza a producir una alteración de la vida cotidiana y, por ende, un movimiento que conlleva cambios en las representaciones y las prácticas de las personas. No es poca cosa cuando ese movimiento toca aspectos tan nodales como la enfermedad y la muerte. Toda sociedad naturaliza algunas cosas y considera extraordinarias otras. La alarma surge cuando un acontecimiento altera ese marco de comprensión. Pongo un ejemplo: tenemos una alta mortalidad por accidente de tránsito, pero no por ello las personas –que están en condición de hacerlo– dejan de viajar durante un fin de semana largo. De alguna manera hemos naturalizado ese riesgo en las vidas y podemos negarlo con mayor facilidad. Se incorpora en la negación de la muerte, en una cultura que parece tener cada vez menos espacio para ella. Tampoco producen tal alarma las muertes que, claramente, tocan sectores excluidos y por ende no se piensan como posibles para un “nosotros” que se define a sí mismo (con razón o no) como fuera de riesgo. Ahora hay un escenario general de alarma en donde muchas personas ven aparecer un peligro que no está dentro de los naturalizados o previstos. Nos hemos acostumbrado a considerar poco peligrosas las enfermedades infectocontagiosas, en la era de los antibióticos. Hace tres años tuve neumonía y no pensé que mi vida estaba en riesgo por ello. Ahora lo viviría de una manera distinta.

–¿Qué se está perdiendo de vista al analizar el alcance del virus H1N1?

–Hay dos aspectos que están siendo poco considerados: uno son las condiciones sociales generales en las cuales se produce una enfermedad y el otro son las prácticas preventivas ligadas al fortalecimiento de la condición de salud de las personas y no sólo la evitación del contagio. En las condiciones sociales se encuadra desde el carácter urbano de nuestra población y lo que esto conlleva, pasando por prácticas de trabajo hasta prácticas instaladas con respecto al cuidado (o no) cuando hay una situación de enfermedad. Vivimos en grandes conglomerados urbanos que concentran gran densidad de población en pequeños espacios. Eso implica la presencia constante de infinidad de contactos en la vida diaria, difíciles de evitar. Con respecto a las prácticas, hay una que quisiera señalar, que en la década del ’90 se llamó “presentismo patológico”, refiere a aquellas situaciones en que una persona asiste a trabajar cuando no debiera hacerlo porque produce un riesgo para su salud y la de otros. Este fenómeno se agudizó mucho debido a la precarización de las condiciones de empleo, la presión para evitar el ausentismo laboral y las formas de trabajo que generan ingresos solamente si el trabajador las ejecuta, como el caso de los autónomos. La precarización de las condiciones de empleo y de los derechos del trabajo son un factor de aumento del riesgo de epidemias. Como complemento de esa práctica se exalta como un valor la superación del síntoma para seguir en actividad. Las propagandas nos muestran una serie de medicamentos que son paliativos de síntomas gripales (no curativos) recomendados para seguir en pie y ser productivo, aunque se esté enfermo. Lo “productivo” se extiende a las actividades sociales y a la recreación. Recuerdo una que muestra a un hombre joven que se levanta a la mañana con un fuerte malestar, se toma uno de esos antigripales y se mejora, en la escena siguiente se lo ve en el cumpleaños de su hijo, rodeado de niños. A la luz de lo que está pasando ahora, se transparenta lo disparatado de la propuesta: amortizar los síntomas para ser un foco de riesgo en un cumpleaños infantil y todo aparece como un valor. Es probable que algunos de estos jóvenes que están con cuadros graves hayan tardado en detener la actividad y hayan tratado de paliar los síntomas agravando en mucho la situación. Hay que recuperar viejos hábitos acerca de cómo se curaban estos procesos antes, entre ellos algo tan obvio como que la curación de una enfermedad requiere reposo.

–¿Cómo juega la industria farmacéutica?

–La industria farmacéutica ha favorecido –dado que toda empresa necesita colocar su producto– la fantasía de que la enfermedad se cura básicamente con un medicamento, esto no es así. Las enfermedades y los mecanismos de curación son procesos sumamente complejos y se requiere de una multiplicidad de cuidados para ello. Es una fantasía de nuestra época la de la píldora mágica que soluciona todo. Con esta gripe vamos a tener que revalorizar los cuidados en el sentido más amplio, no se trata de tomar una pastillita y seguir como si nada. Se trata de favorecer y potenciar los factores protectores y de lucha contra la enfermedad que el cuerpo y la persona tienen.

–¿Qué prejuicios se pueden agudizar?

–Hay una alarma desmedida. Habría que tener la capacidad de tomar las medidas necesarias sin que surja una cantidad de prejuicios, mitos y fantasías que las enfermedades arrastran. Un gran mito es que las enfermedades vienen de afuera, es una asociación por deslizamiento entre extraño, desconocido y peligro. Eso puede llevar tanto a subestimar el cuidado que hay que tener en algún caso, cuanto a discriminar o rechazar los desconocidos o distintos. Una alumna comentó que, aunque se sentía mal, su jefe le pidió que fuera a trabajar, simultáneamente le aconsejó que desinfectara los lugares que tocaban los clientes, como si el contagio sólo pudiera venir de ellos, que eran “de afuera”. Es un clásico del imaginario. Toda epidemia puede hacer aparecer rechazos al otro, toda epidemia vehiculiza posiciones ideológicas y promueve instrumentaciones políticas.

–¿Los mensajes son claros desde las autoridades sanitarias?

–Se está apuntando a prevenir el contagio mediante el contacto. Pero no se está señalando lo suficiente cómo prevenir la enfermedad a partir del fortalecimiento de los recursos que cada uno tiene. Los jóvenes son los más afectados. ¿Será así porque llevan una vida más estresada? El grupo de 16 a 45 es el más afectado y, simultáneamente, son los que más exigidos están. Con excepción de los que están fuera de toda oportunidad, lo cual también es un riesgo. Los jóvenes de clase media y clase media baja tienen horarios de estudio y de trabajo extenuantes, además se quieren divertir. Eso lleva a que se agoten y, eventualmente, se subalimenten o descansen mucho menos de lo necesario. El sistema inmunitario responde a las condiciones de vida, al descanso, al estrés. Debiéramos ser muy cuidadosos para tener nuestro aparato inmunitario protegido, para tratar de no enfermarnos y, en caso de enfermarnos, estar lo mejor preparados para ello. Me pregunto, por ejemplo, si no debieran suspenderse esas dietas estéticas hipocalóricas a las que se someten algunas jóvenes, dietas de 500 calorías diarias. Y a su vez es el momento, más que nunca, de garantizar que los sectores más vulnerables reciban el máximo de soporte nutricional y ambiental. No se trata sólo de proveer medicamentos, se trata también de garantizar alimentación y abrigo. Un aspecto que queda claro es que debería haber un sistema de salud integrado, que permita dar respuesta articulada, de conjunto, y no tan fragmentado y segmentado. Esta condición del sistema dificulta la respuesta.

–¿Cómo analiza el rol de los medios de comunicación?

–No me parece que estén cumpliendo cabalmente la función que debieran tener. Muchos tienen un reflejo espontáneo a la construcción alarmista de la noticia más que a la información. Pocos promueven una práctica solidaria entre la gente, una práctica de cuidado mutuo como eje del cuidado propio. Se insiste en la salida individual como estrategia. El más claro ejemplo es la recomendación del uso de barbijos. No sirven para no contagiarse, sirven para no contagiar al otro si uno está enfermo. Una situación de epidemia como esta sólo se puede enfrentar cabalmente con una responsabilidad social y colectiva. He visto muchas recomendaciones de lo que uno debe hacer para no contagiarse de otros y muy pocas de lo que debe hacer para no exponer a otros. En las situaciones de emergencia se puede potenciar lo peor de una sociedad o se puede reforzar los lazos sociales. Deberíamos insistir más en lo que podemos hacer conjuntamente, aunque la prevención nos desaconseje tocarnos o besarnos.

–¿Qué actitudes se pueden reforzar a partir de este escenario de miedo generalizado?

–La sociedad actual tiende a negar la muerte. Cualquier alteración que la ponga en el escenario produce mucha perturbación, conmociona. Salvo aquellas muertes que se rutinizaron. Fue necesaria la magnitud de un accidente como el que sufrió el micro que trasladaba a los alumnos del colegio Ecos, de Palermo, al chocar de frente con un camión conducido por un chofer borracho, para darnos cuenta del peligro del conductor alcoholizado. Y aun así, hay gente que protesta cuando le hacen el control de alcoholemia. De todos modos, siempre la negación se refuerza en la idea de que la enfermedad le sucede a otro por su particularidad o su diferencia. Esto puede favorecer conductas irracionalmente segregativas, como la de quienes apedrearon el ómnibus que venía de Chile con algún supuesto pasajero enfermo.

Este tipo de pandemia debiera romper con esta lógica. No se ha vivido una situación social como ésta desde las epidemias de polio de mediados del siglo XX. Incluso, la epidemia de VIH-sida se instaló con la idea de que le pasaba a otro. Esta idea de que le va a pasar a otro ya no es sostenible. La única manera de enfrentar este problema es reconociendo la amplitud y heterogeneidad del “nosotros”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario